Sincronización



¿Has probado alguna vez a poner varios metrónomos a funcionar sobre una tabla sujeta a su vez por dos latas? Esa oscilación irregular y a su aire de cada aparato termina sincronizándose en un único movimiento que mece todas las agujas hasta que finalmente se detienen.

Algo similar sientes cuando viajas al extranjero, ya sea para estudiar o para trabajar. Tus impulsos pronto se acompasan al de la gente que te rodea, aunque sean a su vez espíritus libres también. El corazón nos late a todos al mismo ritmo, con la misma fuerza y con semejante intensidad cuando vamos descubriendo las maravillas del país que nos acoge.

Esto es lo que sentí cuando en una semana conocí a gente que nunca esperé conocer. Cuando me vi de pronto en un país cuyo idioma creía conocer, sobrepasado por el volumen de equipaje y bultos que llevaba conmigo y abrumado por toda la información que ese mismo día fui asimilando.

Con el tiempo se observa que esa sincronización que se produce en tu interior con ese primer grupo de gente internacional te ayuda a llevar todo mejor, se convierten en lo que tu llamas familia: Tienen los mismos problemas que tú, la burocracia es igual de tediosa, la compra es en la única tienda que está en el campus, los lugares por donde se sale de fiesta son los mismos y que vayas donde vayas siempre hay caras conocidas.

Pero ese ritmo no se ha detenido. A su vez, este movimiento comienza a sincronizarse con el de la gente autóctona, la gente con la que te mezclas una vez pasada esta primera toma de contacto que altera levemente el ritmo hasta hacerlo una vez más diferente pero similar a ti.

Y así, mientras el tiempo de tu estancia en el extranjero se agota, el metrónomo se va alterando con cada despedida, con cada amigo que se vuelve a casa hasta hacer de ti un sonido único e incomparable que te acompañará desde entonces y te hará sentir un poco más único en este mundo de ritmos parejos.

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